...O las lentes de Salvador Allende1.
Hay un cierto mal que nos acaece: Nos cuesta leer. Nos cuesta empezar a leer. A leer de verdad (como el comer y el follar, todo es empezar, pero...). A leer literatura. Y la literatura no lo olvidemos, es uno de los pilares fundamentales de nuestra cultura, y ésta del avance de nuestra sociedad. Lo que nos ayuda a ser más empáticos y que el camino sea más liviano.
El frenetismo comunicativo que nos brinda la actual sociedad del desarrollo y la información nos ha cogido, como civilización, con el pie cambiado. Nos falta educación, No tiempo. Estar educados, para afrontar la nueva era de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs).
Leemos mucho sí, quizá nunca antes se leyó tanto, pero en el mejor de los casos tan solo cosas técnicas o informativas de escaso valor reflexivo... artístico: en fin; o en su mayoría cosas superfluas: post en las redes sociales que no nos llevan a ningún lado, post de postureo, o de agitación. Y cuando se trata de post en redes sociales un poco más culturales, artísticos... en la mayoría de las ocasiones o pasan desapercibidos de un vistazo rápido a golpe de like como apoyo al artista, o como meada de estoy presente y ahí queda la cosa. Ni se leen los versos con la calma que requiere un verso (porque lleva información condensada), ni se contemplan las obras de artes plásticas, ni se escucha (no oír) ni se escucha un tema musical entero porque hay una info. nueva que engullir sin masticar ni digerir... en el mejor de los casos logramos finalizar el video de danza sin darle pá'lante y que no sea muy largo.
(kit-kat de 10 minutos para perder el tiempo viendo tik-tok)
El placer, de leer, un poema, degustar la musicalidad de cada verso, el universo que se encierra tras cada estrofa, la profundidad de la literatura, la habilidad de la narrativa... O el poner música y sentarse en el sofá sin otro propósito que el de deleitarse con las notas que se suceden... sin necesidad de ese constructo del espacio-tiempo que en su lado oscuro nos abduce a esa pandemia psicológica llamada estrés y que en tantas otras enfermedades deriva.
La ficción en audiovisual goza de otro estatus, del estatus del que gozaban antes todas las artes (por suerte no lo ha perdido también, aunque mención especial merece el multi-tasking que padecemos la generación millenial en adelante). Probablemente lo conserva debido a que hemos de parar todo para poder seguir con atención la historia que se nos cuenta. Pulsamos el play y nos adentramos en ese espacio ritual de contemplación del arte en sus diferentes lenguajes, un espacio ancestral, grabado a fuego de hoguera en nuestra genética, y que la vorágine del presente nos está arrebatando, a expensas de crear un retroceso en la psicología colectiva de nuestro pueblo, porque sin lo espiritual, sin el espacio a la reflexión, somos esclavos que boicotean la evolución.
No nos falta tiempo, nos falta educación de cómo invertir nuestro tiempo. Las artes han de re-consolidarse como un espacio vital en la jerarquía de nuestro tiempo. Y la diversidad de arte que consumamos, degustemos y digiramos, permitirá contemplar otros mensajes y será la que fomente nuestra amplitud de miras, para no sucumbir bajo los efectos de una globalización que nos conduce irremediablemente hacia una especie de absurdo de nuevo orden mundial, donde prima un lenguaje y un mensaje ausente de reflexión y que, probablemente, no sea obra de nadie más que de la inconsciente bola de nieve en la que se ha convertido el carro desbocado del imperialismo económico, que nos despoja del criterio y de la paz individual y colectiva, en pos de la producción sin beneficios.
Quizá, haya que ausentarse un poquito de las redes sociales para detenerse a leer, seguir los enlaces y leer sin urgencias (tabú en Teatro). Utilizarlas racionalmente como una avenida de tránsito y no como una terraza, plaza, biblioteca o museo.
"Tengo el derecho a tener buena vista detrás de los anteojos", dijo Allende en un discurso pronunciado en 1972 en la universidad de Concepción.
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